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El Poder Biológico del Pensamiento: Entre la Congruencia y la Incongruencia

Hoy abordamos un tema que muchos consideran subjetivo, pero que, con la evidencia disponible y una mente abierta, podemos convertir en una verdad objetiva, sólida, trascendental: la forma en que nuestras creencias y pensamientos afectan directamente nuestra biología.


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Cuando hablamos de congruencia, nos referimos a lo que encaja, a lo que es coherente entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. Incongruencia, por el contrario, es la fractura entre esas dimensiones. Y en el mundo moderno, donde el estrés reina, las incongruencias entre lo que sabemos, creemos y vivimos están dañando más cuerpos que los virus.


Para comenzar esta reflexión, hay que recordar el fenómeno científicamente documentado del efecto placebo. En estudios clínicos rigurosos, se ha demostrado que alrededor del 30% de los pacientes mejora o incluso se cura al recibir una sustancia inerte, pensando que es un medicamento real. ¿Qué significa esto? Que el simple acto de creer que uno se va a curar modifica el desenlace biológico. El pensamiento, por sí mismo, tiene la capacidad de cambiar procesos celulares, activar rutas inmunológicas, restaurar el equilibrio.


Si esto es así —y está científicamente comprobado— la gran pregunta es: ¿por qué no estamos utilizando este poder con mayor intención y conciencia? Aquí surge la gran incongruencia. En lugar de potenciar el efecto placebo, de estudiarlo, de expandirlo, la ciencia lo intenta eliminar de los estudios clínicos para no interferir con los resultados de los fármacos. ¿No sería más congruente preguntarse cómo podríamos llegar a un placebo del 100%, en vez de reducirlo a cero?

El pensamiento influye directamente sobre la biología, y esto no es una metáfora. Bruce Lipton, reconocido biólogo celular y pionero en epigenética, demostró en sus investigaciones que las creencias pueden modificar la expresión genética. Es decir, no somos esclavos de nuestros genes, sino de las percepciones que tenemos del mundo. Si estas percepciones cambian, cambia también el comportamiento de nuestras células. Eso es congruencia científica.


Más allá de Lipton, tenemos el trabajo del Premio Nobel Luc Montagnier, quien descubrió que el ADN no solo responde a señales químicas, sino también a ondas electromagnéticas. En palabras simples: tu pensamiento —que genera frecuencias eléctricas en el cerebro— puede dialogar con tu código biológico, con tu inteligencia celular. Una afirmación respaldada no solo por la teoría, sino por experimentos replicables.


¿Más ejemplos? El Dr. Bstons, a través de un método mental llamado cycling, logró inducir la reversión del cáncer en ratones, simplemente generando visualizaciones rápidas e intensas. ¿Qué nos está diciendo la ciencia? Que la mente, cuando se entrena, cuando se enfoca, cuando se alinea con la biología, puede sanar. Pero el sistema, atrapado en la venta de soluciones externas, sigue ignorando este poder interno.


Ahora bien, si un pensamiento de estrés genera una cascada bioquímica que enferma —porque eso está comprobado— ¿por qué no aceptar que un pensamiento de paz o felicidad puede generar una química sanadora? ¿No es eso congruencia?


La salud comienza en la conciencia.Y si nuestra mente puede enfermar al cuerpo, también puede sanarlo.


Conclusión:

El pensamiento es energía. Es información. Y la información puede cambiar la forma en que las células se comportan. La incongruencia está en ignorar este poder. La congruencia está en usarlo a nuestro favor. Cuestiona tus creencias, entrena tu mente, y recuerda: no necesitas esperar a estar enfermo para empezar a pensar saludablemente.

 
 
 

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