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La Tragedia de Ser una Víctima

Por José Olalde | Congruencias e Incongruencias


La vida, en su infinita complejidad, es un baile constante entre la alegría y el sufrimiento, entre el triunfo y la tragedia.Ser una víctima es encontrarse en el lado más oscuro de ese equilibrio: atrapado en una narrativa de dolor, injusticia y desgracia.Y lo más triste es que, muchas veces, ese papel deja de ser una circunstancia para convertirse en una identidad.

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La identidad de la víctima:

Existen personas que viven desde el papel de víctima:“No pude porque me fue mal”, “la culpa fue de otro”, “la sociedad me falló”.Este rol, más que una experiencia temporal, puede transformarse en una forma de ser, una máscara que poco a poco corroe el alma y distorsiona la percepción de uno mismo.

La tragedia de la víctima no está solo en el sufrimiento que experimenta, sino en la pérdida de iniciativa, de creatividad y de dignidad.Cuando alguien asume el papel de víctima, entrega el control de su vida a las circunstancias, dejando de ser causa para convertirse en efecto.


La impotencia y el autoengaño:

En el corazón de la víctima habita un profundo sentimiento de impotencia y autocompasión.Creer que “el universo está en mi contra” o que “la vida fue injusta” puede parecer una explicación cómoda, pero en realidad es una forma de renunciar a la propia libertad.

Quien se define por lo que le hicieron, deja de definirse por lo que puede hacer.Y en ese proceso, su identidad se erosiona: la persona deja de verse como creadora de su destino y se convierte en una sombra de lo que le ocurrió.


La sociedad y la victimización:

La sociedad, a veces sin quererlo, refuerza esta identidad trágica.Cuando etiquetamos a alguien como “víctima” o “sobreviviente”, lo validamos desde su dolor.Aunque parezca compasivo, este enfoque puede atar a la persona a su sufrimiento, impidiéndole avanzar más allá de él.


Vivimos en un tiempo donde incluso la victimización se premia: ser víctima otorga atención, empatía y pertenencia.Con el tiempo, muchos interiorizan esa identidad porque les ofrece algo que anhelan profundamente: amor, comprensión o relevancia.


Pero esa “recompensa” tiene un costo altísimo: la pérdida de responsabilidad personal y la comodidad del fracaso.


El aislamiento de la víctima:

Ser víctima es, muchas veces, vivir en aislamiento emocional.El dolor se vuelve tan personal y tan profundo que crea una barrera invisible entre la persona y el mundo.Incluso quienes desean ayudar no logran acercarse, incapaces de comprender la magnitud del sufrimiento ajeno.


Por eso, la víctima termina atrapada entre dos silencios:el de su propio dolor y el del mundo que no sabe cómo responderle.

La tentación del rencor:

Uno de los peligros más sutiles de la victimización es el rencor.Cuando el dolor se convierte en ira, la víctima proyecta su sufrimiento hacia la humanidad entera:“La culpa es de todos”, “el mundo es injusto”, “Dios me abandonó”.


El rencor es una forma de autoaniquilación espiritual, un suicidio lento.Porque mientras se culpa al otro, se renuncia al poder de cambiar.Y así, la víctima se encierra en una prisión construida por sus propias emociones.

El origen infantil de la víctima:

El rol de víctima muchas veces se siembra en la infancia.Cuando un niño se enferma y recibe amor, atención o compasión, puede asociar inconscientemente que el sufrimiento trae cariño.Si los padres, en su buena intención, refuerzan esa conducta —premiando la debilidad o justificando los fracasos—, el niño aprende que ser víctima es una forma de obtener amor.


Así nace un patrón que puede durar toda la vida:“Fracaso, luego existo.”“Me enfermo, luego me aman.”Una trampa emocional tan profunda que se convierte en un modo de vida.


La sanación: del efecto a la causa

A pesar de todo, la victimización no es un destino irreversible.El espíritu humano, aunque frágil, es también profundamente resiliente.La sanación comienza cuando la persona recupera su narrativa personal, cuando vuelve a asumirse como causa, no como efecto.


El primer paso es asumir la responsabilidad por uno mismo.No la culpa, sino la responsabilidad: la capacidad de responder.Cuando una persona deja de preguntarse “¿por qué me pasó esto?” y empieza a decir “¿qué puedo hacer con esto?”, la víctima comienza a morir y el ser humano renace.


Conclusión: salir del papel trágico:

Ser víctima es una de las tragedias más grandes que puede vivir un ser humano.Es vivir aislado, impotente, aferrado al rencor y al pasado.Pero también es una elección —consciente o inconsciente— que puede transformarse.


La verdadera libertad no está en negar el dolor, sino en trascenderlo.Y el acto más poderoso de redención ocurre cuando uno deja de decir “la culpa es de los demás” y empieza a afirmar:

“Yo soy responsable de mi historia, y puedo escribirla de nuevo.”

Reflexión final:

“La víctima no es quien sufre, sino quien elige seguir sufriendo.”José Olalde

 
 
 

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